En España ya no se celebra el Día del Padre, esto porque las familias nucleares que conocemos han cambiado o ya no existen; sin embargo, el rol del padre aún es importante y deberíamos no olvidarlo.
Este año me tocó saber (y quedé realmente impactada en el momento) que, en algunas escuelas primarias de España, donde el Día del Padre es celebrado el 19 de marzo por la festividad de Nuestro Señor San José, este año la celebración no llevaría ese nombre, sino la de “Día de la Persona Especial”.
En ese tiempo estuve viendo algunos análisis y comentarios alusivos y quienes apoyaban la postura decían que la medida surgió a raíz de los cambios que han sufrido las familias en las últimas décadas, ya que muchos niños no provienen de una familia nuclear y esto podría hacer que se sintieran relegados.
Sin entrar en polémica sobre las ideologías de quienes promueven estas acciones, es necesario señalar la gravedad tristemente imperceptible de tales medidas. Aunque la familia actual tenga una composición diferente a la de hace décadas y entre los niños de primaria sea menos común que antes encontrar familias nucleares, siempre se ha sabido que el rol de la figura parental masculina podía ser ejercido, en su ausencia, por otros integrantes de la familia como tíos, abuelos o hermanos mayores, pero nunca ser completamente descartado debido a la importancia que tiene en la salud mental y el desarrollo psíquico.
Evidentemente, los niños crecen con mayor salud y estabilidad mientras más sanos y dispuestos estén sus padres a paternarlos, pero las funciones de la figura paterna -al igual que las de la materna- son básicas para nuestra formación. La presencia del padre, o de alguna figura que ejerza el rol, ayuda a triangular la estrecha diada madre-hijo y estimula la independencia, la autonomía, la adquisición de normas y valores y favorece el desarrollo de una sana autoestima, además de que, para los niños de ambos sexos, es parte integrante del proceso de identificación sexual.
Que muchas familias hayan cambiado no es razón para decretar que todas cambien. Ni el hecho de que algunos niños no tengan físicamente un padre en casa es suficiente para que se anule una figura tan importante. Si la sociedad actual realmente quiere ser incluyente, entonces debería tomar en cuenta que, bajo una base de respeto entre todos, la experiencia
de uno no significa la exclusión del otro y que los niños deberían ser educados y formados ante sus propias circunstancias, sabiendo que conservan su valor como personas.
Intentar cambiar la realidad para “amortiguar” la vivencia de un niño no la cambia en lo absoluto y lo que es peor, le deja sin herramientas para enfrentarla. Ojalá estas tendencias sean pasajeras y a los niños se les permita desarrollar sus fortalezas ante bases reales, pues la reconciliación con esta importante figura completa sin duda la salud mental.
La Dra. Beatriz Corona Figueroa es académica de la carrera de Psicología y Coordinadora del Comité de Investigación del Decanato de Ciencias Sociales, Económico y Administrativas.
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