¿Qué le pasa al hombre? ¿Por qué ese afán de autodestruirse? ¿Por qué hacerse explotar ante otros seres humanos? ¿Qué gana el hombre matándose a sí mismo, aniquilando a sus congéneres? ¿Por qué el odio, la venganza? ¿Acaso nos sabe el hombre que negando la vida a otros, se la niega a sí mismo?
Hoy más que nunca, debemos filosofar, y reflexionar sobre la felicidad humana. Estado de vida al cuál todos tendemos. ¡Todos, absolutamente todos, queremos ser felices! Pero, es fácil saber que el hombre no está siendo feliz. Si lo fuera no mataría, no se mataría, querría vivir siempre y que los otros vivieran con él. El “zoon politikon”, animal sociable que describió Aristóteles, es eso: El ser que vive en comunidad, que sabe de su importancia para el alter ego, para el otro yo. A su vez, valora la trascendencia del otro en sí mismo.
El hombre feliz, ni se aniquila, ni aniquila al otro. El hombre feliz ama. El amor es desear la vida, que el otro no muera. Amor, de “a”, sin y, “mortis”, muerte: sin muerte es el amor. Y la destrucción tanto del otro, como de sí mismo, es odio, venganza, maldad.
El hombre está llamado a ser feliz. No es solo la “caña pensante” de la que habló Pascal ni el “bípedo sin alas” de Platón. Tampoco es el “hómine lupus”, lobo del hombre, del que habla Hobbes. Menos, es “el ser bueno que la sociedad hace malo” como dijo Rousseau. El ser humano, sí, es bueno, pero con inclinación a volverse un ángel de luz o un ángel infernal y, desgraciadamente, eso último, es lo que pretende ser.
Si no fuera así, no veríamos tanta violencia, tanta destrucción, tanta injusticia, tanta maldad que carcome las entrañas sociales.
Volvamos a la sana filosofía, volvamos a pensar. Valoremos lo que somos, valoremos nuestro mundo, la naturaleza, las cosas y sobre todo, valoremos a los otros, pues, al hacerlo, nos valoramos a nosotros mismos y solo así, podremos ser felices.