Les comparto unas reflexiones sobre la profundidad del espíritu humano y nuestra labor para enriquecerlo.
Los icebergs, majestuosos gigantes de hielo, flotan serenos en el vasto océano, como símbolos de la transitoriedad y la belleza efímera de la vida. Únicos e irrepetibles, su presencia es un recordatorio de que todo en la existencia está sujeto a cambio y transformación.
La conexión entre estos gigantes de hielo y nuestra existencia la encontramos en que ambos tienen su propia esencia, historia de crecimiento, transformación, eventual disolución y su vuelta al origen.
Los enormes témpanos, se forman en la oscuridad y el frío de las profundidades glaciares, así la vida comienza en la oscuridad y el misterio del útero materno. Además, de la misma forma que el iceberg crece y se moldea por la presión y el tiempo, la vida se desarrolla de acuerdo con su naturaleza, respondiendo a las experiencias y las circunstancias.
Los icebergs y la vida humana tienen muchas similitudes.
Así como el enorme cuerpo de hielo solo muestra una pequeña parte de su verdadera magnitud en la superficie, la vida también tiene sus misterios y profundidades ocultas. Esto nos lleva a recordar que, cada molécula de agua congelada que da forma a la cima expuesta es exactamente igual a las que están en la insondable sima, y que de forma similar cuando el iceberg finalmente se derrite y se disuelve en el mar, la vida también llega a su fin, dejando detrás su legado y huella en el mundo.
Sin embargo, incluso en la desintegración, el iceberg sigue siendo una parte integral del océano, alimentando la vida marina y nutriendo el ecosistema.
De la misma manera, la vida, incluso en su final, sigue siendo una parte esencial del ciclo de la existencia, enriqueciendo y nutriendo el mundo que nos rodea. Esta dualidad de lo visible y lo oculto es especialmente poderosa y nos hace recordar que solo vemos una pequeña parte de lo que realmente somos o de lo que hemos vivido, mientras que las profundidades de nuestras experiencias son vastas y complejas, como los motivos, las razones, propósitos y sentido que debemos encontrar para nuestra existencia.
Los icebergs nos recuerdan que la vida es un viaje de crecimiento, transformación y, finalmente disolución, pero siempre conectada y en armonía con el mundo que nos rodea. Aunque todo llega a su fin, siempre hay un legado que deja una marca en el mundo y esa conexión continua con el entorno es un recordatorio perenne de que todos somos parte de algo más grande.
Sobre la autora
La Dra. Rocío Reyna Camarillo, con más de 40 años en la docencia, es experta en educación, formación y asesoramiento de padres, niños y jóvenes. Actualmente es Directora del Colegio Lomas del Valle del Sistema Educativo de la UAG.
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