A dos años de la pandemia, ¿qué pasó con nosotros?

Hace dos años no hubiéramos podido imaginarnos lo que sería este trayecto; ahora que lo vemos en retrospectiva podemos ver el impacto que ha tenido en la vida de todos nosotros. No en vano, la pandemia ha sido fuente de estudio en diversas áreas como economía, política, sociedad, medio ambiente y salud, tanto física como mental.

En esta ocasión, nos enfocaremos en la salud mental que, dicho sea de paso, ha cobrado mayor importancia en la sociedad a raíz de la situación actual.

Durante este tiempo muchas personas experimentaron una combinación de sentimientos, desde el miedo al contagio propio o de seres queridos, a la muerte, a quedarse sin servicios de salud, a no tener suficientes provisiones de alimentación e higiene; también predominó la preocupación y la incertidumbre de no tener claridad en lo que iba a suceder, de cuándo terminaría; estuvo presente en alguna medida el enojo, la tristeza, la desesperación, por no poder estar físicamente con familiares o amigos, por estar aislados, por no poder salir a las actividades que anteriormente se hacían.

Asimismo, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (INEGI) y con profesionales de la salud mental, ha habido un aumento considerable de suicidios durante la pandemia, así como un deterioro en la salud mental, particularmente en temas de ansiedad y depresión; y las investigaciones continúan. Probablemente estas situaciones no surgieron con la contingencia por el COVID-19, sino que ya existían y se potenciaron; es decir, que la pandemia fungió como un acelerador de muchas patologías.

Por otro lado, un factor que ha estado presente en este tiempo ha sido el duelo por la pérdida de personas, cosas y actividades que antes teníamos y ya no, muerte de familiares y amigos principalmente, rupturas amorosas, pérdida del empleo, pérdida de la estabilidad económica, por mencionar algunas. Y en muchas ocasiones ese duelo, ese proceso de dolor ante la pérdida, se tuvo que vivir en aislamiento, aumentando así la tristeza y desesperanza.

Podríamos decir que la pandemia representó una crisis situacional, siendo esta un estado transitorio que aparece cuando las personas percibimos que hay un obstáculo en nuestras metas o expectativas y que se muestra muy difícil de superar, generando un desequilibrio. De esta manera, nuestro bienestar y la capacidad para afrontar el estrés cotidiano se vio mermado puesto que justamente lo que era cotidiano cambió.

Durante una crisis, hacemos uso de los recursos con los que contamos para recuperar nuestro bienestar. Estos recursos pueden ser diversos, las estrategias de afrontamiento que tenemos, las habilidades para regular nuestras emociones, el apoyo de familia y amigos que tengamos en ese momento, nuestras características de personalidad, entre otros. Asimismo, el cómo cada persona vive un evento como este, también va a depender de cómo interpreta la situación y cómo la incorpora a su vida cotidiana, es decir, el significado que le da y cómo se adapta a ello.

De esta manera, podemos ver variaciones en la manera en que cada uno vivió esta contingencia sanitaria, por lo que es importante respetar el dolor de otras personas, porque lo que quizá para mí no es tan importante para el otro lo es todo, y viceversa.

No obstante, esta situación también fue detonante para generar fortalezas, como el valorar cosas importantes de las que antes no se era consciente, descubrir nuevas capacidades o gustos, valorar más a las personas, apreciar más las actividades al aire libre y, sin darnos cuenta, trabajamos en nuestra capacidad de adaptación y de resiliencia.

Aún hay mucho que aprender de esto, mi recomendación es que nos demos la oportunidad de identificar y reconocer lo que ha pasado con cada uno de nosotros en estos dos años, lo que tuvimos que afrontar, lo que nos dolió, lo que aprendimos y que eso nos sirva para crecer. Y si identificamos que hay cosas que aún no se han podido superar, saber que es válido y recomendable pedir ayuda de un profesional de la salud mental.