El concepto de depresión como padecimiento se ha popularizado en nuestro tiempo. Por un lado, llamamos “depresión” a todo lo que parezca tristeza o desgano y, por el otro, subestimamos el dolor de una persona que en verdad está sufriendo depresión. Nos parece tan cotidiano que nuestra primera reacción es aconsejar a la persona que se tranquilice, le decimos que “no es para tanto” o que “ya se le pasará”.
Sin embargo, la depresión es una de las principales causas de enfermedad y discapacidad en el mundo. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, más de 300 millones de personas viven con depresión. Clínicamente se define como un trastorno mental frecuente cuyos síntomas son la presencia de tristeza, pérdida de interés, de apetito, sentimientos de culpa o falta de autoestima, autorreproches, dificultad para dormir y falta de concentración.
Sigmund Freud la definió como la reacción a la pérdida de una persona amada, de un objeto, un ideal, etcétera. Hoy sabemos que hay varios tipos de depresión, lo que implica que los síntomas varían según el caso, y algunos pueden estar presentes o no, aunque sí hay elementos comunes en el abanico de depresiones. Lo esencial es que en todas ellas se siente desánimo por un “algo” deseado, anhelado pero inalcanzable.
Cuando una persona está deprimida, busca alejarse de todo lo que le recuerde la pérdida, se aísla, y con esto se adentra más en su sufrimiento. La tristeza es la manifestación dolorosa del pensamiento depresivo, y el llanto sirve para sacar y expresar el dolor. A pesar de lo anterior, es importante acercarnos y ofrecer nuestro apoyo y compasión a la persona cuando esté lista para recibirlo, y darle amor, que es lo que generalmente, a través de sus síntomas, pide alguien que sufre.
Es importante saber que la depresión debe diagnosticarla y tratarla un profesional de la salud. La falta de apoyo y el miedo al estigma suelen impedir que las personas accedan al tratamiento que les permitirá disfrutar una vida saludable. Es importante conocerte a ti mismo, identificar y aceptar que algo te está sucediendo para que puedas pedir ayuda.
Un proceso terapéutico da la posibilidad de escuchar tus síntomas y poner palabras a todo eso que se siente o no se siente, para luego hacer algo al respecto.